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En el año 2000 o 2001 trabajaba en una famosa tienda de instrumentos de Caracas, como se pueden imaginar, todos los días llegaba alguien ofreciendo un instrumento de cualquier gama, y, si en ese momento tenías la pasta, coronaban un hierro, así de simple.

Cierto día entra un señor de unos 50 o 55 años de edad, con un estuche algo desvencijado, camina directo hacia mí y me dice: “Brother, tengo esta guitarra guardada bajo la cama desde hace unos 25 años (en el 2000 o 2001), y mi ahijado quiere aprender a tocar pero no quiere esta guitarra porque es muy vieja, él quiere una nueva…”.  Al yo escuchar a ese señor hablando era como si en mi cabeza sonasen a gritos sus palabras. Entonces le respondo al señor:  “Ok Sr., en esta tienda no se compran instrumentos usados, pero yo SI los compro si el instrumento me interesa, vamos a abrir el estuche a ver que tenemos…”. Acto seguido el Sr. me entrega el estuche en mis manos, lo coloque en el piso y procedo a su apertura con mucho cuidado, con una angustia rara y un deseo de encontrar “algo bien” dentro del estuche que no fuese a ser una vaina de los 60’s toda horrorosa de una marca rara… Abriendo lentamente el estuche veo que se va asomando un color rojo manzana caramelo que se veía espectacularmente reluciente, y, en segundos mi cerebro dudaba de la posible edad de la guitarra (mínimo tenia q ser de 1975) por lo bonito que se veía ese color y esa pintura. A medida que iba abriendo el estuche en cámara lenta, se iba asomando aquella forma inconfundible y futurista diseñada por allá en 1954 por un tan Leo Fender.

Al ver ese cuerpo inconfundible, termine de abrir rápidamente el estuche para que una Fender Stratocaster espectacularmente cuidada me saludara con cariño por volver a ver la luz del día… Era como si me dijera: “¡Hola cariño, estoy muy complacida de verte!, por favor, tómame en tus manos y ¡TÓCAME, HAZME TUYA!”. Mientras tenía ese pequeño sueño húmedo que duró microsegundos, mi mente también la deseaba con furor, mis manos solo querían posarse encima de ella y recorrer todo su esplendor. ¡Jamás había visto un instrumento tan hermoso!

Ya volviendo en mí y tratando de no babearme, desconocía el año de fabricación de la guitarra, no sabía si afinaba, no sabía si soñaba, mucho menos le había puesto una mano encima.

Por fin, me atrevo a ponerle mis manos encima para sacarla del estuche y fue como si de alguna manera estaba profanando un pedacito de la historia que estuvo guardada por mínimo, 25 años.

Lo primero que noto al sostenerla fue el peso, mucho más pesada de lo normal.  En la pala se leía perfectamente “Fender Stratocaster”, al ver la pala,  que era pequeña, descarte los 70’s, así como  finales de los 60’s. Al ver el logo tradicional, y no el tipo “Spaguetti”, descarté 50’s y principios de los 60’s. Entonces debía ser de 1964 a 1967. Todo esto lo pensaba en segundos mientras tenía la guitarra en las manos y aun no revisaba su parte trasera.

Las cuerdas, completas y flojas, tenían por lo menos 25 años puestas, la G (o 3ra) era tipo bordón, menos oxidadas de lo que esperaríamos. Cuando pude pestañear y voltearla, por fin, busco el serial en el neck plate para verificar la época, entonces  encontré lo que le estaba pidiendo a los dioses de la guitarra desde que el Sr. entró por la puerta… ¡Una L como primer número de serial! Si, era una Fender Stratocaster serie L de entre 1964 y 1967… Mi sueño hecho realidad.

Habían transcurrido un par de minutos en silencio mientras yo examinaba y me deleitaba con aquel pedacito de historia en mis manos. Entonces respire hondo y pronuncié aquellas palabras tan duras y con la expectativa más grande que puede haber:

  • ¿Cuánto quiere usted por esta guitarra Sr?
  • Yo no quiero dinero, quiero una guitarra nueva para que mi ahijado aprenda a tocar, porque él no quiere esta por ser vieja…
  • A mí me interesa muchísimo esta guitarra, y es algo que he estado buscando por mucho tiempo, así que hagamos algo… Escoja una guitarra de la tienda que yo la pagaré, usted se la lleva y yo me quedo con esta.

Cabe destacar que para aquel momento había en la tienda varias Gibson Les Paul Custom, Fender MIA, Jackson USA, así como también, Fender MIM, Squiers… En mi cabeza salía una voz que decía “Este tipo va a agarrar la Gibson custom de 3 millones y voy a estar 2 años pagando esta guitarra” ¿Pero sabes qué? No me importo mucho en aquel entonces.

El Sr. echa un vistazo rápido en toda la tienda y me dice: “¿Sabes algo? Yo a ese carajito no le voy a dar una guitarra cara para que aprenda, así que dame esa Squier negra que está allí, pruébala y me la llevo”. Yo no podía creer lo que escuche, una Squier de 90 mil bs (90 Bs de hoy… Si, un billete de 100 y te doy cambio) ¿Por una guitarra vintage? Respondí lo obvio. El trato no podía ser mejor para mí, así que le saque un estuche nuevo, cuerdas, strap, cables, y creo que hasta le di un pequeño amplificador, el Sr. insistía que solo la guitarra, pero prácticamente lo obligue a llevarse el combo completo.

Apenas el Sr. salió por la puerta, entré corriendo a la oficina con la guitarra y un destornillador, simplemente, necesitaba saber la fecha exacta de aquella belleza que parecía casi pornográfica. Al sentarme en la silla, saco las cuerdas (aun no la probaba) y procedo a desatornillar cada uno de los 4 tornillos que unen mástil y cuerpo, termine de separar las piezas y la se leía: “2 de Enero de 1965”. Tenía en mis manos una Fender Stratocaster serie L pre CBS de 1965 Impecable. Al fin le monto cuerdas nuevas (.10) y la conecto en un TW 65… Y bueno… No hay palabras para describir ese tono, simplemente no existe la palabra correcta para describir cómo sonaba y como afinaba esa belleza después de casi 40 años de ser fabricada, de los cuales 25 los paso a oscuras bajo una cama.

Y así fue como encontré una verdadera vintage, una Stratocaster construida por las manos del mismísimo Leo Fender.

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